Iluminan – y ahorran – a lo largo del camino

Decenas de miles de estudiantes, un celular y una tablet o pc por cada uno de ellos, millones de luminarias para alumbrar los salones y corredores por donde pasan. A primera vista se sabe que el consumo energético de una universidad puede ser el talón de Aquiles para una institución que se proyecta como un promotor del desarrollo sostenible.

Sin embargo, las universidades están dando ejemplo a través del bien más preciado del ser humano: la inteligencia. Por su capacidad de analizar y resolver problemas suelen llevarle ventaja a otras organizaciones en innovación y la aplicación de nuevos conceptos. Prueba de ello es la manera en que entienden la eficiencia energética.

Como toda empresa, hoy las universidades de avanzada tienen Planes de Manejo Ambiental que les permiten monitorear y reducir su huella de carbón, su consumo de recursos finitos y su contaminación. Hablaré de la Universidad del Rosario ya que hace poco conocí algunas cifras de su trayectoria en este sentido.

Lea: No más escuelas sin energía

En el año 2014, en sus tres sedes, el Rosario consumió cerca de 3 millones de kW/h de energía, que representaron un consumo per cápita de 18,15 kW/h/rosarista/mes. Al cabo de un año, implementando estrategias enfocadas al ahorro y uso eficiente de energía (para reemplazar tecnologías obsoletas) e incorporando energías alternativas como cargadores de celular solares, el consumo per cápita bajo a 17,75 kw/h/rosarista/mes.

Comparado al año anterior, la tarifa anual de la universidad tuvo una reducción del 83,4%, y el costo de mantenimiento y reposición de luminarias cayó 62%. Luego, entre 2016 y 2015, la tarifa de energía volvió a caer 50%, y los costos mencionados bajaron otro 90%.

El Rosario también colabora con el distrito en un “apagón ambiental” que se realiza cada mes, donde los ciudadanos y las organizaciones que se suman a la iniciativa apagan todas las luces y desconectan los aparatos que no están usando.

eficiencia energética universidades
El eje ambiental (también universitario) del centro de Bogotá. Foto: www.mapio.net

Sin necesidad de ir muy lejos, siguiendo el camino del eje ambiental hacia Monserrate, se encuentra otro caso que muestra cómo una institución puede conectarse con su zona de influencia, creando vínculos sostenibles. Me refiero al programa Progresa Fenicia de la Universidad de los Andes que construye relaciones con los pobladores del barrio Fenicia, en su zona aledaña.

La idea es adelantar un proceso de renovación urbana y revitalización, con la participación de las comunidades involucradas, para evitar que sus historias y sus vidas sean desplazadas de la zona. La inclusión también es eficiencia.

Apenas se trata de un par de ejemplos. Sin duda, seguro otras instituciones educativas en el sector, en la capital y en el país, a través de sus iniciativas, tejen redes que mejoran el desarrollo de las ciudades. Y hay que decirlo: también existen otras que miran para otro lado. Las universidades son – y deben ser – legítimos faros que iluminan su entorno; no tienen por qué encerrarse en sus mundos, como islas en el golfo.

Foto Portada: Plataforma Arquitectura

Total
407
Shares