Hace unos días me encontré con un alto ejecutivo de una empresa de energía. Sabía que hace una labor importante desde su empresa promoviendo las energías renovables y que intenta cambiar el paradigma según el cual la energía limpia es aquella que utiliza fuentes de generación “no convencionales”, cuando convertir el viento, la biomasa y la radiación solar en energía es algo cada vez más común.
Según Forbes, Noruega, el país más ‘limpio’ del mundo, produce el 65% de su energía con fuentes renovables. Le sigue Suecia, donde las renovables representan el 52% de la matriz energética, con una alta participación de la energía eólica y una política fuerte en el uso eficiente de la energía.
En Colombia se suele escuchar que solo el potencial eólico de La Guajira alcanzaría para cubrir con un amplio margen la demanda energética del país. Sin embargo, el 70% de la energía que consumimos todavía proviene de grandes centrales hidroeléctricas, consideradas como fuentes de energía renovable convencional, a diferencia de las pequeñas centrales, la energía solar, la eólica y la biomasa, que vienen a ser las “no convencionales”.
Las palabras nombran el mundo
Entre los ecologistas se ha difundido la idea de que para cambiar nuestra relación con el medio ambiente hay que cambiar el lenguaje con el que nos referimos a él. Por ejemplo, las “Áreas Protegidas” cargan un sentido técnico y casi militar, que aleja de la mente la sensación de asombro que pueden causar, pero sobre todo crean la ficción de que el resto del planeta está desprotegido. En un arrebato sensorial, viendo que el lenguaje técnico restringe la experiencia humana, un científico propuso cambiarles de nombre por “Lugares para el Asombro Natural”.
Le pregunté al ejecutivo cuál era su opinión acerca de la comunicación energética, es decir, la forma como los medios, empresas y entidades comunican lo que sucede en el mundo de la energía. Su respuesta me abrió los ojos: “Mira, pienso que la energía es uno de los asuntos que más afectan al ser humano en su vida diaria, y sobre el cual la gente menos sabe”.
Y la gente no lo sabe porque un caudal de palabras técnicas, burocráticas y económicas emanan de la política pública energética como piedras que aplastan a los usuarios, al ciudadano de a pie. Cargo por confiabilidad, mercado no regulado y proxys de productividad son solo algunos de los conceptos que determinan el precio de la energía en el mercado. Aun cuando las noticias del sector se toman las primeras páginas de los periódicos, como pasa con Hidroituango o Electricaribe, me atrevo a decir que la mayoría de personas no logran formarse una opinión sobre cómo salir de la crisis.
Los ciudadanos somos los responsables
Ahora que la legislación termina de ajustarse para darle entrada a las energías renovables, la ciudadanía será la que decida en gran parte su alcance en el mediano y largo plazo. Para hacer la transición a una generación más limpia, que corra menos riesgos por los fenómenos climáticos como El Niño, que corte las redes de corrupción por donde fluye el diésel en las zonas no interconectadas, se requiere una comprensión más acertada de lo que está en juego.
De eso se trata Energía Limpia para Colombia, el canal de la energía limpia. De promover y facilitar esa transición vinculando a los usuarios y los agentes generadores, distribuidores y reguladores del sector. De hacer comprensibles sus discursos para desmonopolizar el debate sobre la energía y facilitar la discusión pública en torno al tema, que suele darse en un plano más ideológico que realista. Se trata de brindar la comunicación que ayude a construir un consenso y un régimen más democrático.