América Latina, el continente con la matriz energética más verde, busca apartarse más de los combustibles fósiles a largo plazo.

La superficie de Colombia ocupa el 1% de la superficie terrestre del mundo y sus emisiones de dióxido de carbono, es decir su aporte al cambio climático, son el 0,4% del total global de emisiones. Lo que quiere decir que, bajo la lógica de “contamino proporcionalmente a mi tamaño”, aún hay cupo para seguir basando la economía en el petróleo y las exportaciones en el carbón, tal como sucede en la actualidad. Sin embargo, la apuesta de largo plazo es una muy diferente.

La mayoría de países de América Latina han trazado metas puntuales para hacer la transición energética. Chile ha sido un líder desde la anterior década, cuando empezó a instalar parques solares en el desierto. Allí se busca que las renovables cubran el 90% de la demanda en el año 2050, según informa el diario El País.  Por su parte, Brasil invirtió en 2015 más de 7.000 millones de dólares en energía limpia y México está en camino a que las renovables limpias ocupen el 50% del mix a mediados del siglo.

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¿Por qué? Por un lado los países del trópico tienen índices relativamente bajos de emisiones de dióxido de carbono, pero niveles sorprendentemente altos de biodiversidad. Es una frase coloquial decir que Colombia alberga el 10% de la biodiversidad del mundo. Ahora que se conocen las desgracias a las que estamos expuestos por los efectos del cambio climático (17 millones de personas podrían convertirse en ‘migrantes climáticos’ dentro de América Latina, según el Banco Mundial), la biodiversidad y los recursos naturales, sobre todo el agua, son al mundo lo que fue el oro para el siglo XVI, el petróleo para el XX y la tecnología para el XXI.

La comunidad científica está de acuerdo en que esta es la primera vez en la historia planetaria en que una especie –el hombre– ha alterado con semejante intensidad aquello que parecía estar en manos de los dioses: el clima. Desgraciadamente, el estado de vulnerabilidad que le genera esta situación a todas las sociedades es más grave en el trópico. Por eso –también– es que los gobiernos de la región le apuestan a la transición energética: es una medida de prevención de desastres, es una medida de mitigación y adaptación al cambio climático. Y de atención a los desastres, en algunos casos, como el de los sistemas de bicibombeo o bombeo solar en la alta Guajira, que aumentan la disponibilidad de agua para consumo humano o para riego, allá dónde el líquido guarda un valor trascendente por su escasez.

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Por supuesto, el crecimiento verde es un objetivo clave. Para la ministra de Minas y Energía, María Fernanda Suárez, la visión de la transición energética es “preparar a Colombia para la transición hacia la cuarta revolución industrial”. La meta es modernizar el sector eléctrico con herramientas como blockchain, big data , inteligencia artificial, automatización, medidores inteligentes, baterías y movilidad eléctrica. Así no solo se evitarán emisiones de dióxido de carbono sino que crecerá la economía.

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