En Colombia existen cerca de 4.000 escuelas sin electricidad. Aunque sólo representan el 1% de las sedes de educación pública primaria y secundaria, se trata de unos 80.000 niños que no tienen luz para estudiar y mucho menos wi-fi. Por lo general están en zonas de difícil acceso y se requiere una logística de transporte multimodal para llegar a ellas, que suele incluir tracción animal o fluvial, cuando no un puente colgante y unas botas pantaneras.
La energía les representa a los colegios cerca del 30% de sus costos totales. Si se suma conectividad a internet estos costos ascienden a más del 50%. En los lugares donde no hay cómo pagar el alumbrado público, es decir, donde no existen postes de luz, la vida transcurre de sol a sol y a temperatura ambiente. Los salones son hornos de concreto.
Cuando la energía llega “las aulas se convierten en centros comunitarios y los maestros en líderes”, explica en Semana Paulo Speller, Secretario General de la Organización de Estados Iberoamericanos, que lideró un proyecto para llevar luz e internet a cerca de 150 escuelas en zonas rurales del país. https://www.semana.com/educacion/articulo/las-escuelas-rurales-que-brillan-con-luz-propia/547414
La gobernación de Antioquia siguió su ejemplo. En diciembre de 2017 comenzó un proyecto para instalar paneles solares en 134 escuelas rurales, 63 de ellas indígenas, para que los niños puedan conectarse a la red y aprendan a manejar la tecnología de hoy. El proyecto de Antioquia, con una inversión de 6.792 millones de pesos, beneficiará a unas 15.000 personas. Se considera una de las apuestas más ambiciosas de electrificación rural con carácter social, como dice EL TIEMPO http://www.eltiempo.com/colombia/medellin/escuelas-rurales-de-antioquia-tendran-energia-solar-172268
Esa inversión se siente en Vigía del Fuerte, un pueblo antioqueño sobre el río Atrato que colinda con el Chocó y con el municipio de Bojayá, maltratado por la negligencia del Estado y la guerrilla y su guerra contra la población. Mientras Vigía tiene una sede digital dotada con decenas de tabletas y computadores, digna de premio de arquitectura, que se llena de niños en las tardes, en Bojayá las crecidas del río inundan las tumbas del cementerio y los muertos amenazan con levantarse y salir flotando. Pero el problema no es solo la falta de infraestructura.
¿Y el conocimiento?
Lo paradójico es que a pesar de que las energías renovables son una solución para elevar la calidad de vida, especialmente útil en nuestras selvas y desiertos, pero también en las ciudades y el campo, en los colegios públicos aún no se enseña lo suficiente acerca de ellas ni se fomenta su uso. La mayoría de estudiantes de la primaria y secundaria, como lo demostró una profesora de la Universidad Nacional, no maneja los conceptos básicos ni las aplicaciones de la energía renovable y tampoco conoce su importancia en el desarrollo del país.
La educación en ciencias naturales aún tiene un largo camino por recorrer. Si el país logra entender y transformar la tierra y sus riquezas desde las regiones se verán cada vez más territorios inteligentes, que conocen el modo más sostenible de desarrollarse, y habrá menos dependencia de las regalías de los proyectos extractivos.
El conocimiento de los procesos físicos y biológicos de la tierra también forma ciudadanos que actúan según los límites de su medio ambiente. Se necesitan líderes que lleguen a los concejos y asambleas departamentales con el conocimiento necesario para transformar territorios.
Construir territorios inteligentes no implica que no pueda haber explotación de hidrocarburos o minería; no necesariamente. Pero sí obliga a planificar esas actividades –también la agricultura y cualquier empresa– según una comprensión de la complejidad de los territorios y con una visión a largo plazo del desarrollo social y económico.
Aunque suene a cliché, el proceso comienza en las escuelas. Y hay que seguir insistiendo en cosas tan obvias como electrificarlas y elevar la calidad de la educación.
